100 metros en 10 años.
La vida pasa, todo gira, pero, sobre todo, todo encaja, merece la pena.
Últimamente camino muchísimo. Barcelona me ha recibido dejándose querer y he tenido la suerte de encontrar un piso a pocos minutos a pie de la oficina y de los principales lugares a los que necesito ir cada semana por trabajo o por motivos personales. El piso lo heredé de mi amiga María, mallorquina a la que conozco desde los 9 años y que removió Roma con Santiago hasta que convenció a su casera para que yo me lo quedara. Me encanta la zona y la paseo muchísimo.
Al caminar, me ocurre que, con ponerse en marcha las piernas, parece que se ponga en marcha mi cabeza y ordeno mejor las ideas. Además, si algo hay que concederle a la ciudad condal es que su luz es preciosa.
Esta semana mi ruta de paseo diaria ha cambiado un poco. Desde la empresa, tenemos un patrocinio de un evento a lo largo de la semana santa y cada mañana camino hasta la parte alta de la ciudad. En ese paseo, descubro y me reencuentro con cosas a partes iguales.
Recorro varios metros de la diagonal y paso por debajo de los edificios de varios grupos editoriales que me generan mariposas en el estómago. Paso María Cristina y enfilo la calle del Doctor Ferrán para empezar a trepar hacia Pedralbes a través de su plazas, parques y jardines. Al bajar por la tarde, a propósito, me desvío por la calle Manila. Es una calle que acabo de descubrir y me encanta porque conecta con Capitán Arenas, una calle de mi pasado en Barcelona. Manila es una calle de solo una cuadra y veredas anchas, que aún conserva un pequeño negocio en cada uno de sus locales comerciales. Una, librería, una tienda de arreglos de ropa, una mercería, una papelería, ferretería, farmacia, pescadería y cafetería. Una calle preciosa, que grita ¡Barrio! Y que esconde una historia en cada local. Me gusta reducir el paso y agudizar el oído para escuchar los trozos de conversaciones que salen de cada local, las charlas en cada terraza.
Al llegar a Capitán Arenas, mi mente viaja 15 años atrás y ve, enfilando la calle, a una Claudia de 18 años vestida con un vestido de estampado vichy en amarillo pastel y zapatos a conjunto que le había birlado a su madre del armario. Recién llegada de Mallorca en un vuelo de ida y vuelta para el mismo día que le había costado 5€. Iba a ver a mi novio de aquel momento que vivía en la residencia de estudiantes de esa calle. A día de hoy, seguimos siendo muy amigos y nos apoyamos mucho el uno al otro. Este pensamiento, me hace sentir muy bien.
Desde Barcelona en 2010, mi mente vuelve a volar sin querer. Esta vez a Plaza de la Reina, en Mallorca, este mismo año. Me recuerdo hace solo un mes, de pie enfrente del edificio de mi oficina, mirando la ventana del despacho de la sede de mi empresa en Palma desde fuera. Con solo girar la cabeza 90 grados, podía ver la calle Pelaires en la que, 10 años atrás alquilé el piso en el que viví sola por primera vez. Un antiguo palomar reformado en formato estudio, con vigas en el techo en el que escribí mi poemario. Del portal de mi antiguo piso al de mi actual oficina, solo 100 metros.
Dos pantallazos de publicaciones de IG de 2016 en el palomar. Estudiaba el máster a 100 metros de mi actual oficina.
En Barcelona, de la chica del vestido de vichy amarillo a esta que veo ahora, reflejada en el cristal de un negocio tras un día de trabajo, vistiendo traje chaqueta, con el pelo más corto sujeto con las gafas de sol como diadema, señora de lunes a viernes, la misma niña de 2010 de viernes a lunes, solo los 300 metros de la calle Manila, en la que nunca me fije hace 15 años y ahora me enamora.
Arriba, publicación del 21 de octubre de 2019 en las terrazas del Palacio Real de Mallorca. El 21 de octubre de 2024, empecé a trabajar en mi actual empresa en Barcelona. Cuando voy a la sede de Palma, veo las terrazas del palacio a 50 metros, desde la oficina. Me da un vuelco el corazón cada vez que leo el texto de la publicación de 2019. Abajo, yo (y mis mismos morritos) esta semana en Barcelona, vestida de señora.
Todas ellas, la del piso en plaza de la Reina, la del vestido vichy y la de hoy del traje chaqueta, comparten un mismo corazón y tienen muy claro que a veces, 100 metros, tardan en caminarse 10 años, eso es perseguir un objetivo. Por eso siguen paseando y aún se les eriza la piel y les causa mariposas en el estómago pasar por debajo de los edificios de los grandes grupos editoriales … quien sabe, en 10 años … La vida pasa, todo gira, pero, sobre todo, todo encaja, merece la pena.
Gracias por el ratito.
Genial tú itinerario de 10 años y 100 metros, me encantó!!!
Quien sabe en 10 años! Ojalá cerquita en la cada vez menos distancia