Humo
Es necesario romper con todo para poder construirse de nuevo y para ello hay que saber convivir con el humo que esa demolición, de lo que ya no necesitamos, genere.
Bali huele a humo. Si, el país de lo verde, del eterno color y de los azules infinitos, está bañado por el humo. Humo en el que empieza el hechizo. Hay una base de olor al vaho de la cocción del arroz que siempre permanece y se mezcla con el penetrante olor a incienso de los altares de las ceremonias y la quema de las ofrendas diarias en cada esquina. Esa mezcolanza la adereza la humedad de la tierra mojada con salitre y alguna nota triste a plástico quemado.
Bali huele a un humo que integra lo bueno y lo malo que lo componen en un todo consiguiendo un olor único e identificable.
Estos días hemos recorrido algo más de 1000km a lo largo de toda la isla y en todos sus rincones, además de ese olor, había retales y jirones grandes de tela de vichi negro, envolviendo árboles, estatuas, ofrendas y farolas. Cerca, siempre un pedazo de tela o una sombrilla amarilla. Nada de información sobre las mismas, solo su presencia constante y repetitiva imposible de ignorar.
Las telas a cuadros negros y blancos son un símbolo del bien y el mal. Blanco lo bueno, negro lo malo. Les rinden culto a ambas cosas, las abrazan a las dos. A lo bueno para agradecerlo y a lo malo para reconocerlo, no caer en el error de ignorarlo y saber que forma parte de su realidad. El objetivo es que de esta forma, “los demonios”, contentos con su reconocimiento, se queden donde están. Es casi magistral, si lo reconocen, a lo malo, lo malo no tiene que venir a llamar su atención o no les sorprenderá tanto cuando venga, porque ya sabían que estaba.
Viniendo de una cultura tan occidental como la nuestra, en la que condenamos el error y perseguimos tan inconscientemente el perfeccionismo, hasta el punto de tener que lidiar a diario con la culpa autoimpuesta, este punto de vista supone un soplo de aire fresco.
La tela amarilla significa protección y la incluyen como esfuerzo para protegerlo todo, el conjunto, lo bueno y lo malo, la vida en sí. No usan cortinas de humo, conviven con él, veneran cada etapa.
Si integras eso, entiendes muchas cosas, también del país. Ahora que están en pleno desarrollo, es común frecuentar lugares a todo lujo, con arquitectura moderna e instalaciones a la última y a pocos metros tener un vertedero, un descampado en obras o cualquier tipo de zulo. Hay que tener un pelín de estómago para viajar a Indonesia. En una obra en Europa, eso estaría, pero correríamos a taparlo con una lona, un biombo o lo que fuese para ocultarlo.
Nos asquea lo que no es bonito, no interesa, se oculta, nos empeñamos en que no exista. Es una lucha eterna y cansada, en la que siempre vamos a perder. Lo bueno, necesita de lo malo para existir o al menos para crecer. No hay arquitectura sin obra y escombros, no hay construcción sin cimientos, no hay crecimiento sin esfuerzo, no hay recompensa sin sudor. Aceptarlo consume menos energías que negarlo. No es conformismo, es entendimiento, claridad en cuanto a que tener la capacidad de tolerar lo malo, es el camino más corto hacia lo bueno. Porque nos interesa llegar a la bueno. Hay menos lucha porque el esfuerzo de crear la cortina de humo que oculte, se invierte en aceptación, benevolencia y en crear un nuevo enfoque, una nueva perspectiva desde la que volver a disfrutar. Aceptar lo malo, es concedernos el tiempo que siempre nos falta para poder llegar a lo bueno. Es perdonarnos.
Shiva es una de las muchas deidades que veneran aquí. Su cometido es, en la etapa final de cada ciclo (Kali Yuga) destruir el mundo para que pueda reconstruirse. También aceptan eso, que es necesario romper con todo para poder construirse de nuevo. Para ello, hay que saber convivir con el humo que esa demolición, de lo que ya no necesitamos, genere.
Gracias por el ratito.