Marcos. Bicos y Bicas.
Yo sabía que era un exceso, pero en mi cabeza visualizaba el proyecto acabado con la idea aterrizada y se disipaba el cansancio lo suficiente como para estirar un pelín más y hacer algo diferente.
Hace 4 meses tuve que hacer un viaje de trabajo. Era un cruce entre un objetivo y una apuesta para que éste tuviera más brillo, pero requería de un sobresfuerzo extra de energía en un momento en el que venía de seis meses muy moviditos en el plano personal y profesional.
Me paré a valorar si, al tratarse de un objetivo profesional, podría llevarlo mejor si aparcara temporalmente alguno de mis objetivos personales, lo de siempre. Pero no es mi estilo. O procuro acordarme de que no quiero que lo sea. Además del rodaje, esa semana, tenía por delante 2 fiestas de empresa que yo organizaba más una tercera fiesta para celebrar mi 30 cumpleaños. Con estas hice las maletas y le pedí al departamento de viajes de mi empresa que me alquilaran un coche y me sacaran vuelos con un timing muy ajustado y me fui hasta Galicia.
En concreto me dirigía a Trives, una pequeña aldea perdida en mitad de un pazo gallego plagado de castaños, en la que en muchas cosas parece que el tiempo se ha parado. La peripecia eran 3 vuelos con escala y unas 2 o 3 horas de coche sola para llegar hasta este lugar. El objetivo era grabar un video motivacional sobre Las Bicas, unos bizcochos típicos de ahí que el propietario de mi empresa lleva 30 años regalando a todos los empleados, proveedores y clientes por navidad.
Para el propietario era una sorpresa, una especie de alegría que queríamos darle por haber sobrevivido a la pandemia tirando del carro, sin poner a un solo empleado en ERTE y haber salvado las dos empresas que tiene. Gallego tenía que ser. Además, la voz en off del video, era la de su hijo, que es doblador profesional y locutaba el video como si fuera su padre de joven. Yo sabía que era un exceso, pero en mi cabeza visualizaba el proyecto acabado con la idea aterrizada y se disipaba el cansancio lo suficiente como para estirar un pelín más y hacer algo diferente, especial.
Al ser en Galicia, no iba a poder contar con mi equipo de rodaje habitual. Me tocó buscar un videógrafo gallego con el que me la jugaba porque no había trabajado con él y era un rodaje en el que solo teníamos una oportunidad para grabar. Le encontré como se encuentra todo, en Google. Un experimentado documentalista del que había visto algún trabajo y sabía el equipo de filmación que usaba, pero, sinceramente, me daba algo de pereza. Teníamos una diferencia de edad de unos 30 años, la idea del proyecto se alejaba mucho de un documental y además tenía que pasar un finde entero mano a mano con él con planos hasta las 3:00 de la madrugada. Se llamaba Marcos.
Después de dos vuelos y conducir horas con sol, lluvias repentinas y bancos de niebla, llegué al horno de la aldea en el que se iban a cocinar las bicas. Se accedía por un caminito colina abajo verde y húmedo como de cuento. Estaba agotada, pero atiné a bajar las ventanillas y el olor de los castaños el musgo y la tierra mojada inundó el coche para darme un poco de vidilla. La naturaleza es lo que tiene.
Mientras aparcaba vi a Marcos, ya trabajando los primeros planos de la escaleta acordada. Él también me vio llegar y vi que le daba la misma pereza que a mí. La niña de oficina con su idea maravillosa, que llega en coche de empresa y se va a poner a mandar, algo así debió pensar. Nos saludamos, me enseñó lo que llevaba filmado y acordamos cómo continuar con el resto.
Grabamos hasta quedarnos sin luz y bajamos hasta el hostal en el que nos alojaríamos en la aldea. Eran las 18:00, no nos servían la cena hasta las 21:00 y el pueblo tenía dos calles y nada que hacer. A regañadientes le ofrecí a Marcos tomar un café juntos para hacer tiempo hasta la cena. Me moría por dormir, hacia frío y no me apetecía dar charla insustancial, pero por alguna razón, sentí que lo estaba dejando colgado, que ese día él era mi equipo y que no estaba bien retirarme a descansar.
Es algo que me autoimpongo, procurar no limitarme a producir y revisar, si no hacer con el equipo. Sea cual sea la hora o las condiciones de filmación, yo voy con el equipo. En muchos rodajes/ediciones/lanzamientos no hago nada, porque no me toca, pero estoy. Lo de convencer a alguien de que algo que yo he ideado es realizable con esfuerzo sin esforzarme, como que me parece hipócrita y facilongo. Me viene a la cabeza la escena en la que Máverik pilota su avión para demostrar a sus pilotos que la maniobra propuesta es posible, con éxito, aunque con riesgo, en 2 minutos 30 segundos. No pienses, hazlo.
Y que buenos resultados me trajo esa filosofía esa tarde. Después de 20 minutos de charla por compromiso, no sé cómo llegamos al tema con el que dimos en la diana, pero menudo premio. Resulta que Marcos, es, como yo, un apasionado del buceo y del mar, con muchos años de experiencia y un proyecto precioso, LA MOSTRA, con el que da a conocer el mar a los más jóvenes y enseña cómo protegerlo. El finde de curro se convirtió en una tarde con niebla, escondida del mundo, teniendo conversaciones increíbles sobre los fondos marinos del norte. Sobre las especies que se ven, el frío que se pasa y lo que merece la pena. Marcos me habló de sus experiencias, de sus inmersiones e impresiones a lo largo de toda una vida en el mar. Yo le hablé de todo lo que tenía planeado hacer, Egipto en abril (desde dónde os envío este texto hoy) y Azores en julio. “Claudia, vente a Galicia y te busco un buen sitio donde hacer inmersiones para que veas todo lo que hay aquí, no te tienes que ir tan lejos”. Nos merendamos los 30 años que nos separan e hice un amigo. Fue un premio.
Marcos y yo saliendo del horno de las bicas.
Nos pasamos dos días mano a mano, grabando planos a las 3 de la mañana, filmando caminos de castaños, hablando de mar, de nuestras vidas y perspectivas, de historias de gallegos relevantes de los que él ha hecho documentales y de las muchas cosas que yo echo de menos como parte de una generación que vive pegada al móvil y que pensamos que las manzanas nacen en los supermercados. No parecía haber salto generacional pero como éramos conscientes de que en realidad si lo había, los dos disfrutamos viendo como no era un problema. Mismos gustos, mismas preferencias, el objetivo fue disfrutar y hacer las cosas bien hechas. Comimos cordero y bicas y a la vuelta le seguí dos horas por la carretera hasta Santiago de Compostela, donde me acompañó a ver el Obradoiro antes de volverme al aeropuerto.
Salió un video maravilloso, con el que el propietario de la empresa lloró de emoción y a día de hoy Marcos me sigue escribiendo. Me cuenta cosas de La Mostra y me manda fotos preciosas de amaneceres increíbles en las costas de Galicia cuando sale a pescar. Los dos, que no lo vimos muy claro al principio, hemos forjado un respeto profundo por nuestra forma de hacer las cosas, de trabajar y de ver la vida, que es solo haciéndolas con ganas, en equipo y bien hechas.
“Último amanecer del invierno. En el Cantábrico pescando pulpo con Bilio en él Ruta del Alba” Me dice Marcos cuando me envía esta foto.
“Bicos y bicas Claudia” me dice siempre por whatsapp. Bicos es besos en gallego y bicas el proyecto por el que nos conocimos. La coincidencia semántica solo algo bonito y redondo, como fue nuestro finde.
A mi me dolió la espalda un mes más, pero mereció la pena el tirón, siempre lo merece. Yo sabía que era un exceso, pero en mi cabeza visualizaba el proyecto acabado con la idea aterrizada y se disipaba el cansancio lo suficiente como para estirar un pelín más y hacer algo diferente, especial. Lo especial fue Marcos y lo que voy a sentir siempre que recuerde Trives es totalmente diferente a lo que esperaba. Eso, será energía a la que recurrir en el siguiente esfuerzo, porque al final de eso se trata, de hacer las cosas bien hechas, para seguir convenciéndonos de que los esfuerzos y la nobleza, siguen mereciendo la pena.
Muchas gracias por el ratito hoy lo disfrutáis mientras yo navego y buceo en algún punto del Mar Rojo (Egipto) pero no quería dejar de pasarme por aquí.