Vas a morirte, amigo.
Algún día voy a morirme y eso me hace vivir. Perdono, olvido, me consiento, aprendo y consigo bajar y aumentar mis niveles de exigencia con el objetivo de disfrutar.
Os voy a confesar una cosa, yo siento, lamento profundamente, tener que morirme. Es algo que no quiero hacer. La vida me gusta demasiado. Si no consigo irme nunca a dormir a tiempo, porque siempre encuentro algo más interesante y bonito que hacer (Siempre. Cada día. Es un problema) ¿Cómo voy a querer morirme?.
Espero que el día que lo haga, morirme, lo haga en paz, pero también tengo la certeza de que lo haré indignada y cabreada. No me vendrá bien, me quedarán cosas por hacer y me parecerá injusto y que el plan tiene fallos.
Es curioso, pero un día me di cuenta de que vivía, vivo, mi vida como si fuera un sistema de puntos. Me sorprendí dándome cuenta que en realidad vivía con la certeza, absurda, pero 100% real en mi inconsciente, de que a más puntos ganara, a más bien se me diera la vida, más vida iba a tener. Que realmente iba a alargar mi camino y mi estancia, cual dínamo que se retroalimenta. ¿De dónde sacaría eso?. De hecho, a día de hoy, de vez cuando, me sorprendo cayendo de nuevo en esa "certeza", de que realmente puedo hacerme inmortal si me esfuerzo.
Es como que sé que algún día voy a morirme y eso me hace vivir. Perdono, olvido, me consiento, aprendo y consigo bajar y aumentar mis niveles de exigencia en un balance raro, casi imposible, pero que consigue cohabitar y funcionar para hacerme disfrutar, solo, porque sé que voy a morirme.
La relación que tengo con el temita de la muerte es curiosa. Recuerdo muchas conversaciones con mi madre con cuatro años preguntando por el tema y recuerdo la primera vez que fui consciente de que todos nos morimos y que lloré horas ante la idea de un mundo sin mi mamá. Sé cuándo me vuelvo a enamorar porque, literalmente, levanto el pie del acelerador del coche para que a él no tengan que darle una mala noticia y automáticamente empieza a fastidiarme la idea de que algún día esa persona no estará y que tengo que aprovechar.
Irónicamente, el concepto de eternidad me produce un pánico paralizante y procuro evitar pensar en él a toda costa. Sin embargo, las veces que se me ha muerto alguien lo he llevado fenomenal. No noto sus ausencias, para mi siguen aquí conmigo, de forma muy real. No sé si es negación, aceptación o certeza rotunda. Así la eternidad sí que me gusta, me viene bien.
Eso es lo del balance raro, soy de espíritu práctico, se me da bien hacerme zancadillas mentales y reciclar en positivo para que el único objetivo sea disfrutar. Por eso, casi a la vez que empecé a pensar en la muerte y su inevitabilidad, elaboré automáticamente en paralelo una razón para que sí que me venga bien morirme, algún día, muy lejano.
Y la razón es mi mundo, mi patria, el que yo he construido muy concienzudamente para sea cimiento, paz, apoyo, raíces, razón, bunker y red. Mis amigos.
Es que me imagino la vida sin ellos y mira, NO.
Ellos me sujetan y vigilan mis flancos. Y yo me cercioro de sujetar y vigilar los suyos. Me apoyan en cada paso, incluso cuando se pone o me lo pongo muy difícil. Nunca, jamás, me jugaría su amistad. La vida sin ellos, que son poquitos, no me parece que merezca la pena y como ellos se van a morir algún día (no como yo que podría ser inmortal gracias a mi sistema de puntos) a mí me merece la pena morirme, es más, me viene hasta bien.
No imagino una sensación más grande de vacío vital y desasosiego que una vida sin los paseos, las charlas de verdad, las broncas que te espabilan, la gestión de los abismos, la vida en general pero con ellos, la música compartida, los vinos y las cenas a deshoras con los que están más lejos y con los que la amistad se vive entre intermitencias, pero luego todo sigue igual, porque la única forma de querer es con un 120% de libertad. Que vayan y que vuelvan, o no, que remedio, pero que sepan por dónde volver.
Por los 30, con mis mejores amigas nos regalamos este colgante grabado. Por un lado esta frase, por el otro, la rosa de los vientos, con nuestras iniciales en lugar de los puntos cardinales, así siempre sabremos el rumbo para volver a casa.
Es que no me apetece, no me da la gana la vida sin ellos. La amistad es razón de ser, en todo su sentido. Es mi rosa de los vientos para encontrar el rumbo. El por qué merece la pena luchar y no importa tanto arriesgar y caerse porque siempre caes en blandito. Es garantía y seguro de que siempre podremos remontar. Es vivir sabiendo que me ven y que yo los he visto y en el momento en que no puedan verme y no pueda verlos, yo ya lo tendré todo visto y estaré dispuesta a cerrar el chiringuito y bajar los brazos. Jaque mate para Clau si me faltan. Si pudiera elegir un superpoder sería el de tener un escudo protector para la gente a la que quiero.
Esta semana escuché que cuando tienes un gran momento en la vida, es tuyo y solo tuyo. Para mí no, si no es compartido, no tiene tanta razón de ser y si es compartiéndolo con gente a la que quieres, es el doble. Es un sistema que tiene sus riesgos, estás más expuesto a que te dejen colgado, pero entregarse a las personas es la forma más bonita de vivir, el mejor motivo para mejorar.
Morirme y el miedo y la rabia que me da, me da razones para vivir cada segundo. Que mis amigos algún día no vivan, me da todas las razones del mundo para que tenga lógica, porque sin patria, no hay vida y para mí, la razón de todo, siempre son las personas.
Gracias por el ratito.
Los amigos son la familia que elegimos y la vida un continuo CARPE DIEM
No hay cielos ni infiernos sino las energías positivas o negativas que alimentamos en la vida
Según vivas serás recordada y así vivirás en el corazón y la memoria de quienes te han acompañado en tu camino
Sigue así, no vas mal